Sólo he escrito cartas.
Cartas viejas con deseos viejos, con resentimientos rancios, esas cartas fueron de los primeros días, en la frontera del pasado y el presente.
Después vino la carta del té, con hojas de finos sobres de anís y manzanilla, una carta que me pongo sobre el abdomen para que no se retuerza de tanta ansiedad.
Cartas a la madra, cartas al padre y a los soldaditos de plomo que nos contaminan el pescado.
Carta al pescado que no podrá leer.
Y una carta al cuerpo, una carta doblada en pájaro de buena ventura, sin frío y sin lodo para desdoblar cuando se sienta articulado.