mercredi 5 mai 2010

Biografía Carmelina


Yo no tengo la culpa de que a mi abuela materna le gustara practicar la lucha grecorromana aunque fuera un hilacho, que no tuviera una madre que le dijera cómo debían ser las mujeres y que fuera criada por sus seis hermanos mayores, no tengo la culpa de que naciera en el año en el que murió Bufalo Bill y que prácticamente toda su vida se dedicara a hacer exactamente lo que le diera la gana.

No tengo la culpa de que tocara el piano como los ángeles, que su gusto en ropa y en muebles fuera extravagante y horroroso pero que su paladar fuera tan fino que pudiera distinguir todas las notas de un vino.

No podía evitar, a pesar de su austeridad emocional, a pesar de un gesto que nunca fue dulce que la gente la adorara. No pudo evitar casarse con un hombre inteligentísimo que cumplió sus más pequeños caprichos, mientras ella se vestía con pantalones de hombre para cabalgar o cerraba la puerta con llave para no ser molestada.

No pudo evitar ser una maravillosa madre para una de sus hijas y una cruel bruja para la otra. No evitó el escándalo, no evitó las lágrimas, ni las risas.
Cantó canciones, causó y curó heridas pero siempre con un halo intocable de porcelana perfecta con perfecta nariz.

No tengo la culpa de que mi abuela me haya heredado una gárgola, un bicho mitad león, mitad piedra con la piel tan lisa, con el garbo tan majestuoso que causa horror. Una gárgola provoca miradas esquivas y murmuraciones. Tengo un amor profundo por nuestro animal familiar, por la sangre carmelina que corre a través de nuestros cuerpos, por el reflejo que la bestia me otorga de nuestra historia. No esconderé a la gárgola, no dejaré de alimentarla. Será extraño y algunas veces se teñirá de borgoña pero no puedo rechazar mi herencia

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